lunes, 30 de noviembre de 2009

Praga

Fue en 1991, en el viaje de estudios de la carrera. Recorríamos Praga en metro, cuando todavía era la capital de Checoslovaquia. El billete valía una corona (no me acuerdo bien, pero sería algo así como una peseta) aunque no había excesivo control y mucha gente se colaba.

Recuerdo que íbamos en el vagón un grupo de cinco o seis, seguramente comentado los sitios que habíamos visto y consultando el mapa de la ciudad. Una niña de ocho o diez años que iba de la mano de su padre nos miraba con curiosidad, fijándose quizá en nuestra pinta de guiris con mochila y en nuestro idioma extraño e incomprensible.

En cada parada, una voz femenina por megafonía decía la misma frase grabada, quien sabe si en checo o en eslovaco, algo así como:

"Uconchi beristuf barastuc, icusiserá seraí".

En todas y cada una de las estaciones. Una y otra vez. En un momento dado, al acercanos a la siguiente parada, yo repetí en voz alta, al unísono con la grabación:

"Uconchi beristuf barastuc, icusiserá seraí".

Todavía me acuerdo de la carcajada de la niña al oírme. No tengo ni idea de cómo habría sonado la frase en sus oídos ni si se entendía ni media palabra, pero recuerdo haber sonreído mientras miraba cómo la cría se reía un buen rato. Ahora que lo pienso, fue la única persona de aquélla ciudad que recuerdo haber visto reír.

Montones de recuerdos de aquéllos años se me agolpan en mi extraña y caprichosa memoria, y muchos son de momentos divertidos, curiosos, de situaciones disparatadas o de lugares especiales. Pero aún así tengo que manejarlos con cuidado, porque algunos todavía tienen la capacidad de hacerme daño, como las traicioneras minas de viejas guerras olvidadas.

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martes, 24 de noviembre de 2009

Doble o nada


He perdido la apuesta de hoy. Es verdad. La he perdido, y pagaré lo apostado. Pero no me importa, porque he recuperado la posibilidad de jugar. En realidad, he ganado el doble o nada.
Así que quizá no proteste cuando haga efectivo mi pago...

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lunes, 23 de noviembre de 2009

Risas olvidadas

Lo mismo que un cascabel suena al más leve movimiento, se me escapa la risa casi sin querer. Incluso cuando me tomas el pelo, que mira que es sencillo en mi caso...

¿Me reía tanto entonces? No lo recuerdo bien, pero creo que no tanto como ahora. Me tuviste que recordar algún episodio memorable, del que me reí como hace 16 años, pero no tengo la sensación de haberme reído entonces como ahora, a un ritmo de dos o tres carcajadas a la hora en promedio.

No sé, mi memoria es caprichosa. Pero en eso tengo suerte: se me olvidan tus chistes y tus ideas disparatadas, y me río cada vez que me las cuentas.

Y es que igual otras cosas no, pero mira que la risa la tengo fácil. Y eso me salva...

If I ever lose my faith in you (Sting, 1993)

You could say I lost my faith in science and progress
You could say I lost my belief in the holy church
You could say I lost my sense of direction
You could say all of this and worse but

If I ever lose my faith in you
There'd be nothing left for me to do

Some would say I was a lost man in a lost world
You could say I lost my faith in the people on TV
You could say I'd lost my belief in our politicians
They all seemed like game show hosts to me

If I ever lose my faith in you
There'd be nothing left for me to do

I could be lost inside their lies without a trace
But every time I close my eyes I see your face

I never saw no miracle of science
That didn't go from a blessing to a curse
I never saw no military solution
That didn't always end up as something worse but
Let me say this first

If I ever lose my faith in you
There'd be nothing left for me to do



jueves, 19 de noviembre de 2009

A salvo del tiempo



Si me preguntasen, diría que hay muy pocas cosas que estén a salvo del tiempo. Tú seguramente contestarías que tus adoradas matemáticas. Yo podría decir que quizá unas viejas cartas y fotos en una caja azul. Leerlas o ver a las personas retratadas en ellas es como penetrar en una burbuja de presente, en una cápsula del tiempo, pero ni siquiera eso es cierto porque los ojos que las leen o miran ahora ya no son los mismos que los que las leyeron el día que llegaron en el correo postal o los que encuadraron la escena a través del visor de la cámara con carrete de 12 fotos a color.

Miro hacia atrás y no me apenan los años que han pasado. Como tú, he sido feliz, he hecho muchas cosas, he dejado de hacer otras, soy quien soy hoy en gran medida por lo que he vivido hasta ahora, pero tengo la sensación de que me dejé por el camino algunas cosas que formaban parte de mí de manera tan esencial que tuve que mirarme al espejo y ver mi reflejo para recordarlo.

Y ahí están, y tú sin pretenderlo me lo muestras delante de un plato de exquisito pescado o en una curiosa discusión sobre gatos encerrados en cajas que no están ni vivos ni muertos. Ese es el truco de magia que te sale tan bien conmigo: haces que ya no necesite ningún espejo.

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viernes, 13 de noviembre de 2009

Pasado

Suelo viajar por mi vida hacia el futuro de la misma manera que conduzco: mirando hacia adelante, casi siempre al horizonte hacia donde me dirijo, girando el volante cuando llego a algún cruce en el que tengo que decidir si derecha o izquierda e incluso teniendo que dar vueltas a alguna que otra rotonda hasta que puedo elegir mi salida. Los días de niebla sólo puedo ver los pocos metros de asfalto que tengo justo delante. Y en alguna ocasión me he equivocado en el desvío por una mezcla de circunstancias: poca visibilidad, malas indicaciones de algunos compañeros de viaje de dudosas intenciones, señales maliterpretadas...

Lo que no suelo hacer muy a menudo es mirar al espejo retrovisor. Creo que tiene el tamaño adecuado y que está colocado donde debe, una pequeña ventana al pasado a la que sólo hay que echar un algún vistazo cuando es necesario. Y a veces lo es. Yo lo he necesitado en algunos momentos en estos últimos meses para comprender, y comprenderme, y en eso mi querido náufrago me ha ayudado contándome algunos episodios de mi propia vida.

Pero haciendo eso me he dado cuenta de que el pasado removido es como la tierra que ya no cabe en el hoyo de donde se ha sacado; las capas que se fueron depositando con el tiempo pierden su estructura, se mezclan entre sí, se desbarata su orden, pero también se airean y se descubren de nuevo las que quedaron tapadas, se vuelven a abrir antiguas habitaciones de la mente y el corazón que se cerraron a veces de un portazo, a veces con dolor.

Seguramente tardaré algún tiempo en terminar de excavar en ciertos lugares de mí misma, y me verás los montículos de vagos recuerdos, situaciones revividas, sensaciones amargas, risas olvidadas... y como ayer, te pediré perdón por alguna mentira que ni yo misma sé por qué te dije. O te pediré que me cuentes otra vez cómo ocurrió ésto o aquéllo. Pero sé que me entiendes, y sé que en realidad sabes que es algo que debo hacer, porque no podemos cambiar el pasado, pero sí nuestra percepción sobre él.


SIN LLAVE

Me tienes y soy tuya. Tan cerca uno del otro
como la carne de los huesos.
Tan cerca uno del otro
y, a menudo, ¡tan lejos!...

Tú me dices a veces que me encuentras cerrada,
como de piedra dura, como envuelta en secretos,
impasible, remota... Y tú quisieras tuya
la llave del misterio...

Si no la tiene nadie... No hay llave. Ni yo misma,
¡ni yo misma la tengo!

(Ángela Figuera Aymerich)

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lunes, 9 de noviembre de 2009

Huésped


Yo no sé si son las condiciones meteorológicas externas o internas, si es porque llueve o porque lluevo, si una cosa lleva a la otra o es esta curiosa vida la que nos arrastra, nos trae, nos quita y nos coloca, o es esa química que te sujeta por debajo pero que también te tapa por arriba y te mantiene en un extraño y estrecho ancho de banda que a veces no reconozco, o que no reconozco porque llueve o porque lluevo y en estas condiciones meteorológicas la que no funciona bien es la química de mi cerebro, que hace que de vez en cuando me sienta como una huésped de mí misma.

No lo sé. Quizá es que soy una egoísta porque quiero verte sin el plástico que te envuelve, o quizá sin darme cuenta he hecho que el plástico me envuelva a mí y sólo en algunos momentos soy capaz de notarlo de forma sutil, deformando levemente la realidad sólo lo justo para que dude de si son las condiciones meteorológicas externas o internas, o si es porque llueve o porque lluevo, y vuelta a empezar...

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viernes, 6 de noviembre de 2009

Lluevo


A pesar de que ha pasado ya algún tiempo desde que mi mente y mi corazón salieron del coma, de vez en cuando alguno de los dos necesita una cura de primeros auxilios. Son pequeñas punzadas que me recuerdan que todavía no he tomado la dosis suficiente de la medicina más barata y efectiva que existe para estos casos: el tiempo.

Eso me recordaba hoy mi mejor sólo-amigo, que estos días brilla de alegría pensando en la nueva vida que le espera, que tanto ha esperado él. "No te fijes fechas, no pienses que en Navidad o en Semana Santa o en el verano estarás mejor, éstate mejor ahora. Disfruta de cada rato, saca chispas a cada momento...".

Y es verdad. Cada buen momento me cura. Cada cosa que hago, que hacemos, aunque nos sepa a poco o a provisional es como una gota de bálsamo. Cada caña, cada paseo, cada conversación, cada copa de vino, cada película... me recuerdan que el futuro llegará, pero que mientras tanto podemos intentar vivir este extraño presente con un poco de gracia.



(Pero deja que tenga un momento agridulce y que te diga que hay ratos como éste en el que daría cualquier cosa por que me preparases una taza de café...)

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miércoles, 4 de noviembre de 2009

Alegría


Platero jugaba con Diana, la bella perra blanca que se parece a la luna creciente, con la vieja cabra gris, con los niños...

Salta Diana, ágil y elegante, delante del burro, sonando su leve campanilla, y hace como que le muerde los hocicos. Y Platero, poniendo las orejas en punta, cual dos cuernos de pita, la embiste blandamente y la hace rodar sobre la hierba en flor.

La cabra va al lado de Platero, rozándose a sus patas, tirando con los dientes de la punta de las espadañas de la carga. Con una clavelina o con una margarita en la boca, se pone frente a él, le topa en el testuz, y brinca luego, y bala alegremente, mimosa igual que una mujer...

Entre los niños, Platero es de juguete. ¡Con qué paciencia sufre sus locuras! ¡Cómo va despacito, deteniéndose, haciéndose el tonto, para que ellos no se caigan! ¡Cómo nos asusta, iniciando, de pronto, un trote falso!

¡Claras tardes del otoño moguereño! Cuando el aire puro de octubre afila los límpidos sonidos, sube del valle un alborozo idílico de balidos, de rebuznos, de risas de niños, de ladreos y de campanillas...


Platero y yo
Juan Ramón Jiménez

domingo, 1 de noviembre de 2009

Nena nenita


Esta mañana mientras paseaba por mi ciudad me acordaba de Luna y de la forma que tiene la gente de mirar a los que de vez en cuando vamos sonriendo por la calle. Las comisuras se me han empeñado en mirar hacia arriba a pesar de mis esfuerzos por mantener la compostura porque claro, por la calle hay que ir muy serio y mirando al frente, pero no podía dejar de pensar en mi mejor sólo-amigo y en la noticia que ha recibido, una de las mejores que oirá en su vida.

Quizá ella haya nacido un poco lejos, pero eso se podía arreglar. Nos mira desde la foto con sus limpios y chispeantes ojos cuya forma habla de un país remoto y con su pequeña boca en forma de "o", como una pregunta. Veo de reojo tu sonrisa al mirarla, el brillo de tus ojos, que se ha hecho tan intenso por el largo tiempo que la llevas esperando. Y noto la alegría que me llena el estómago de mariposas, que se asoma transformada en agua en mis ojos y que me obliga a sonreír, al pensar en la promesa que habita en las letras de su sonoro nombre de fruta.

Y es que he sido consciente de que da igual que los hijos nazcan del propio vientre o que vengan del otro lado del planeta. Lo que es seguro es que siempre, de algún modo, encuentran su camino a casa.

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