El Hombre Valiente entregaba su historia de forma ordenada, con datos y fechas, aunque su corazón latía en cada sílaba. Y la vida estaba ahí, empapando cada una de sus palabras, dando forma a las negritas, haciendo llorar en los puntos suspensivos... pero -y eso es lo asombroso- él quitaba importancia a cada batalla a medida que las iba ganando, quizá porque el auténtico enemigo no está enfrente más que cuando nos miramos en el espejo. Y esa es la batalla para la que más valor se requiere.
Por eso, no fue el brillo de una fiesta o la letra de una canción. Tampoco las palabras de elogio o las sonrisas en las fotos; ni siquiera una imagen en televisión. Todo eso era -sin querer desmerecerlo- solo el envoltorio de lo que vi.
Lo que vi fue al Hombre Valiente, con una leve sonrisa en la cara, encaminarse tranquilo hacia su próxima victoria.
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Derivada segunda
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En algún momento nos arrepentimos de algo.
Algunos pedimos perdón.
Después llegan los que nos hacen arrepentirnos de haber pedido perdón.
Hace 5 años